Escapando de los arboles

Y entonces me encontraba en ese bosque tremebundo aún atardecido, huyendo de mis propia incertidumbre, y de la novela de persecución constante de mis pesadillas. En un instante mi piel estuvo helada, leve pero consistente, mis músculos se crispaban. De repente lo sabía, había algo en esos arboles de lo que debía apartarme. Ya sentía el aire denso, fuera de lo normal, entintado de neblina que me evitaba caminar sin tropezarme con raíces superficiales. Y no fue hasta entonces que escuchaba crujir las hojas no tan lejos. No era yo, yo estaba quieto. Mi corazón se agitaba, yo estaba ausente, sentía mi alma abandonando mi cuerpo. No quería voltear, no debía, sabía lo que vería, pues ya casi se volvía en una aberrante rutina. Emprendí el paso sobre aquella llanura incomoda, apuré mis pasos como quien va tarde, calmado pero veloz. Y a lo mejor por la prisa caí gris al piso por causa de una piedra, pálido, frío. Me arrastraba sabiendo que no muy distante me tenía esa presencia, como un buitre esperando a que la carne viva se convierta en carroña. Casi no podía escuchar su susurrante voz que pedía cortésmente que me rindiera, puesto que esperaba yo le viera. Pero mis ojos se negaban, la verdad estaba detrás y seguir adelante demostraba cobardía. Conocía esa voz, ese ser sobrehumano, ya lo había visto. Me resistía ante su insistencia, pero esto era más fuerte al convencerme. Aunque al tardar en contestarle, aquella túnica se levantaba. Me tomó del hombro izquierdo de mi cuerpo yacido boca bajo, y bruscamente me volteó a su entristecido y nublado entorno. Sus ojos eran míos, me contaban historias que había yo vivido, y me preguntaban que haría con ese encadenado símbolo de mi. Y en ese momento noté que solo estaba enfrentado a la representación de mis miedos, y que solo una pesadilla no me arrancaría la vida. La imagen de mis temores me pedía tener miedo, pero me tomó desprevenido y no quería obedecerle, esto ya era algo en que debía interferir. Aparté aquellas manos largas y frías de mi brazo, me erguí frente a esa careta deforme de lo que era mi rostro, señale al camino del que había venido, era tiempo de regresar a lo que era mi vida cuando no temía a nada. Ahora tenía las agallas que un hombre fortalecido y valiente tendría, pero mi oscura sombra gritaba alaridos de dolor parecidos a los de un herido gran animal de piel dura, y esta vez no me detendría más en aquella miserable oscuridad. Era hora de cambiar y lo haría. Y lo haría, o ya lo hice, en el mismo instante en que lo había decidido.
m.l
m.l
Waaaoo... Que cosas decidiste cambiar que te aterraban tanto?
ResponderBorrar