Odio


¿Que si te odio? No. No te tengo rencor. Fuiste una época muy dura de mi vida. Y me doliste, pero ya no. Los increíbles momentos que pasé los debo a ello.


Lo que pasa es que esos recuerdos se nublaron, pues lo que me llega a la cabeza es pura angustia. Eso sí, que lo debo admitir, en algún destello de mi memoria fuiste y eres luz, pero yo fui fuego y tú apagaste las brazas del amor que te entregaba.


Te soporté en tus rabietas que nada tenían que ver conmigo, te consolé en tus derrotas, te acompañé en tus locuras, fui parte de tus ocurrencias, de tus éxitos. ¿Y aun así me preguntas si te odio? ¿O es una pregunta capciosa para evitar sentir remordimiento?


Todos sabemos que de vez en cuando me piensas. Y en ese litro de tequila que intentaste beberte, ahí estuve yo sin estar de verás allí, en ese bar. Ese penúltimo libro que terminaste, a veces imaginabas que yo era la portada. Y sabes que en tu vida no habías conocido a alguien que te removiera el cabello sin tocarlo.


¿Qué si me pregunto si me odias? No. No tengo que cuestionarlo. Sé que aunque así quisieras, y por más que te hagas a la idea de que te superé "demasiado rápido", o de todas esas cosas feas que te dije, no vas a lograrlo, pues si te di tanto amor, es porque no quise darle espacio al odio, y no creo que llegue a caber alguna vez.


Y si de mí dependiera, ahora quisiera que me odiaras, que no mirases por todos los rincones de la ciudad donde nos escondimos, que rompieras cada carta que te escribí, o borrases de tu cuerpo todo beso que te di. Quisiera que más nunca me encontraras, pues así te olvidarías de mí.


Pero yo no podría odiarte, no fue para eso que te conocí, y ya no me quedan fuerzas para eso. Y aunque ya no te conozco y no supe más de ti, tengo el presentimiento de que sigues siendo igual pero con algo diferente, ya no me tienes a mí.


Y empecé a tenerle pena a tu almohada, después de envidiarle tanto, ahora todas tus palabras en vano se impregnaron en forma de manchas amarillentas, por la lluvia de agua dulce que producen tus ojos marrones.


Y si de odio hablamos, odio le tienen tus manos a mi nuevo amor, que sí puede tocarme de la manera en la que tú no lo hiciste; y odio le tienes tú a sus manos, que me poseen, que me acarician como quisieras hacerlo, y se toman su tiempo para hacer de mi cuerpo la explosión momentánea del deseo.


Odio le tienen tus ojos a mis fotografías, porque saben que si bien no estoy solo, mas no estoy contigo, y ves el amor que me entrega fluir por el aire invisible del movimiento perpetuo de una foto. 


Y entonces sabes que ya no puedes soñar conmigo. Y te das cuenta de que lo nuestro nunca podría haber sido, o más bien seguido, porque si existió algo, fue un amor infortunado y a dos velas, ruinoso y casi muerto. Que nos buscábamos una y otra vez, para arruinarnos el alma con cada caricia que surgía, que cada beso nos quemaba los labios, y con la mirada nos rompíamos más el corazón.


Y entiendes que estoy mejor ahora y que me hiciste un gran favor, porque a pesar de lo mucho que te amaba, y lo mucho que me amabas a mí, no llegarías a hacerme feliz como lo merecía, que nunca podrías entregarte a mí por completo, que una parte de ti estuvo bailando a mi ritmo, pero la otra, consejera maldita, te decía que no eras capaz de amar a nadie en tu vida, aun si así lo desearas.


Porque el amar no era lo tuyo.


Publicado en 18-03-2017


m.l

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Datos y curiosidades del planeta Plúton

Carta de despedida