Continuará...


Como cuando ves un objeto único y hermoso en alguna especie de tienda -de esas que te venden sueños y te enseñan lo primordial para empezar a aprender cosas inútiles para vivir-, y este objeto te encanta, pero sin querer, lo rompes. Lo pagas pero te sientes mal, miserable, así que decides tomar los pedazos y llevarlo a casa. Lo unes y lo pones en la mesita de café de la sala, para verle todos los días a la hora de leer el libro, tomando tu taza diaria de té de manzanilla en el sillón heredado de tu abuelo y, frente a una cálida chimenea, dejarte llevar por Morfeo. Pero te das cuenta de que, de alguna manera u otra, has perdido todo control de tus sentimientos al poseerle. Poseer a esa pieza inerte que te quita el sueño por haberle roto, sabiendo que no encontrarás dos como ella y entonces te aferras a la ilusión de llevarle contigo como reloj de bolsillo. Te quedas en ese estado pensativo por un minuto en el que te habrían de pasar mil locuras por los tres dedos de frente; y te quedas en blanco. Asimilas que se te ocurrió por un momento reparar en que, ese pequeño monumento, por no decir "personaje inanimado", realmente tiene carne y hueso, y se mueve, y lo admiras, y lo proteges, y lo tocas, y simplemente, te enamoras. Se te cae hasta la luz al piso y explota la bombilla a tus pies, corres a la sala y ahora le ves, tal como le habías imaginado, completamente perfecto, el guardián que siempre regresa a casa, que nunca te ha de abandonar aún cuando solo le tuviste pena por romperle el corazón, ese que lleva en su pecho con puntos de aguja fina y grandes heridas bien suturadas pero, aún no bien cicatrizadas. Lamentablemente estás a tiempo de besarle, de decirle que realmente le amas desde que te fijaste en su luz, en algún rincón de una habitación oscura, quizás esperando por ti habiendo estado por unos instantes a tu espalda, pidiendo una sonrisa. De repente te mira, y no solo te mira, te roba el aire. Te asfixia, te comprime el cuerpo. Sabes que es el amor de tu vida sin importar cuanto tiempo hayas perdido, pensando solamente en que era un elemento más, frío pero bello, que debías conservar de entre tus dedos y el polvo porque te parecía realmente encantador. Te tiemblan las piernas, los labios, los párpados entre sollozos. Se te van del rabillo del ojo los libros, las tazas de té, la comodidad, la calidez. Le recalcas a tu mente que no le mereces sin importar cuanto le necesitas, cuanto le amas, y sabes que es casi imposible quedarse a su lado por muchísimas razones, crees que no vale la pena luchar porque sería muy difícil, aunque éste lo viese tan fácil, y realmente lo es. Te resignas a la idea de que conservarle no está en tus planes, por lo menos en un tiempo, más largo que corto, pero tiempo es distancia y distancia significa perderle posiblemente para siempre. Pendes ahora de uno de los hilos de su corazón ardiente, eterno a carne viva; le pesas, le vas abriendo cada puntada que le hiciste, le hieres y lo sabes, y depende de ti su alma. De ti depende ese algo entre los dos, algo que se está derrumbando de rodillas esperando a que te muevas, que corras mientras le ves levantarse, que le abraces en señal de soporte antes de que caiga y vuelva a romperse. Pero tú, en efecto, quedas como agua fría casi congelada que en vez de refrescar, está tan helada que quema. Das un paso atrás. Das otro. Y entonces, habrías dado dos pasos distantes. Decides que estás ahora confortable, de vuelta a lo normal, la banqueta de primera fila, pero de pie; le puedes ver pero no le tocas ni aunque quisieras, esperando desde allí superarle. Te parece agradable la salida fácil, aún cuando no tienes el derecho de desmigajar la misma joya valiosa dos veces, ni de arrancarle las alas una vez a un ángel, curarle y mandarle al infierno de nuevo y otras vez sin sus alas. Como un péndulo perpetuo, te debates entre la vida y la muerte de un "te amo" doloroso que se desliza de entre sus labios; sostienes tu cabeza para tapar tus oídos mientras vas cerrando los ojos, y piensas que es mejor el silencio que observar en su lengua las letras de la primera de esas dos palabras, esas que te darían el primer golpe en los hombros que te empujaría hacia adelante. 

Pero ahora está en tus manos, y te lo dejo de tarea, dar otro paso hacia el amor o voltear e irte. Y de dos cosas estoy seguro, y es que uno, si te quedas, serías, aunque fuere al final, muy feliz conmigo, y dos, si te vas, me habrías perdido a mi, a tu equilibrio, y al valor que tuvo lo que éramos, aún cuando no sabías que yo era real.

m.l

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