UNTITLED

¿Recuerdas esa vez en que, se suponía que, no volveríamos a vernos, o incluso a hablarnos? Bueno, para ser claros, una de esas tantas veces, quizás la más real y larga de todas. Se suponía que, ese día, a esa hora, yo estaría en terapia; pero las cosas no salieron como fueron planeadas.

Muy bien, aquí viene la anécdota:

Un día normal más que otro, entré más temprano a psicología, por lo cual, es obvio que salí más temprano. 

Tú ibas tarde para clases, como siempre.

Yo te espiaría llegar desde la cafetería, nada inusual. Y así lo hice, pero, llegaste tarde, como siempre.

Y no muy lejos de ese momento, te vi y entraste a tu aula. Y no muy lejos de ti, yo estaba. 

Pero, de repente, te vi salir a toda prisa dispuesta a alguna cosa. Sabía que yo solo tenía una salida fácil, y estaba justamente por el camino en el que te fuiste. 

Esperé unos minutos, eternos, sentado frente a un vaso vacío de capuchino. Pero no pude soportarlo, debía irme, no podía estar tan cerca de tu aire porque me pateaba fuera de control.

Tomé mis cosas, tiré lo que al bote le pertenecía, y salí a toda prisa. 

Pasé frente al baño, queriendo entrar y temiendo verte allí, o no.

Pero estaba más cerca de la puerta al exterior, y ya podría salir y desde ahí mirar de donde saldrías esta vez.

Y si, las cosas salieron, pero muy mal...

Saliste, si, pero muy a destiempo. Yo en el medio de la nada del medio de un pasillo me encontraba. Salías de donde yo debía estar a esa hora.

Bajando del pasillo de psicología con cara de decepción, así como de alguien que no duerme ni despierta. Pero, levantaste esa mirada y me viste.

Y amigos...

Si de por si mi mundo se paralizó, esos ojos me cortaron la circulación. Estaba nublado ahora mi alrededor.

Así, frente a frente nos quedamos. Así, durante un tiempo que parecía no contarse pero que aproximadamente pasó en 10 energúmenos segundos de toda la eternidad.

Mis manos ahora temblaban, literalmente lo hacían. Mis ojos se volvieron adelante y sentí mi corazón al fin latir, muy rápido para mi gusto. Pequeños mini preinfartos con sobredosis de adrenalina. ¿Cómo es eso posible?

Mi pie derecho decidió dar un paso hacía adelante sin importar que ella estuviese lamentablemente justo de su lado, pintando de color mi mundo gris, y consumiendo lo desabrido y todo aquello que construí fríamente sin ella, pero gracias a Dios, lentamente.

Ella, a su vez, al ver mis movimientos, zumbó como avejita hacía detrás de mí con cara gacha y adormecida.

Todo volvía de nuevo a ser gris. Y durante los próximos 7 esta vez contados segundos, sentía como mi saliva refrescaba mi garganta, y, triste o felizmente, mi cerebro, ¿o quizás el corazón?

Me detuve un segundo nada más, solo para voltear y reparar en que ella haría lo mismo.

Yo la miraba ahora, ella miraba el piso. Y a cuatro metros de ella, que parecían 10, alzó su rostro de hermosos ojos marrones y me miró esta vez.

Veía como todo el arco iris regresaba a mí, pero ahora con forma de cohetes, misiles, balas de todos los calibres, con toda la fuerza, la verdadera guerra de sentimientos. Todos sus proyectiles chocando contra mi pecho, haciéndome sentir por dentro un millón de fuegos artificiales.

Mi cara era ahora de quien presenció un milagro ¿y acaso no lo era?.

Entonces corría ella ahora hacia mí junto a todas sus municiones. Y a pesar de estar tan cerca, se veía todo en cámara lenta, y tan lejos.

Se lanzó a mí. Me abrazó, tan fuerte que mis huesos se despertaron. Empecé a sentir la superficie del piso.

No sabía si abrazarla, mis manos aún temblaban. Se suponía que yo no debía siquiera encontrarla. 

Me golpeó ligeramente y solo dijo "Abrázame, tonto. Tan solo abrázame.".

Mi alma ahora plañía, y si habría yo la boca, se escucharían los sollozos desahogados y confundidos.

La abracé de vuelta y se me empezaba a arreglar lo descompuesto, lo herido, lo abandonado.

Y, con ese abrazo, me di cuanta de que, en realidad ella buscaba por mí. En ese segundo piso, en psicología.

Nos buscábamos mutuamente hasta encontrarnos sin querer. Así, frente a frente.

Pero era cuestión de tiempo para que la tormenta llegara, por desobedecer las normas que la madre naturaleza nos mandaba. El deber del separarnos, porque "juntos" era un huracán de gran catástrofe, y nosotros lo habíamos creado, con tan solo chocar nuestros cuerpos por amar. 

Esa unión que debía explotar como gasolina al fuego. Dos elementos predestinados explicitamente a no terminar juntos, no sin destruir los lazos con terceros individuos inconscientes e ignorantes que no saben que el amor es más grande que ellos mismos.

No quería llorar por verla de nuevo sin tener que asomarme por las rendijas de las puertas. Y por eso la abracé, la abracé con más fuerza para sostener las lagrimas. No quería volver a perderla. No quería volver a perderte.

Pero, como toda tormenta llega cuando tiene que llegar, llegó. Con el pesimismo de un último beso, desesperado y sin tiempo.

Un último beso, de esos que parecen ser eternos, inmortales. Besos de esos que no vuelven a repetirse, de esos que no notas cuando llegan y se van, de esos "inocentes" que no dicen que son los últimos, hasta quizás después de finalmente terminarse.

Un último beso que tiene esa fecha en la que no debió nacer, o exigir un nombre, o quemar tanto. O llevarse todo a su paso sin perdón de Dios. Y como un fenómeno climatológico que nadie notaba, se llevó todo lo que tuvimos entre nosotros, dejando en secreto lo secreto, quedando sin prueba de que existió ni de lo grande que era.

Era. Fue. Estuvo. Se marcho.

Y te fuiste. Y se fue todo el tiempo. Y se fue todo lo mágico, lo perfecto, lo nuestro. Y, sin importar que nunca lo entendí, y que nunca lo entenderé, se me fue la vida en ese abrazo, en un beso. Simplemente...

...se acabo.

Publicado el 8-04-2016.

m.l

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